Resulta interesante conocer cuánto aportó Carlos Marx a la toma de conciencia
sobre los futuros problemas en que se vería envuelto el medio ambiente, tal y
como lo analizamos hoy. Es una arista del filósofo alemán que no ha sido muy
divulgada.
Su obra
cumbre “El Capital” tuvo como objetivo – en principio – poner al desnudo los
equívocos de Adam Smith acerca del mercado como mecanismo que movía la sociedad;
y luego se convierte en un imprescindible monumento teórico para conocer las
interioridades del sistema de producción capitalista, al extremo de que en las
principales universidades burguesas de la actualidad se toma dicha obra como
manual que explica la esencia de ese sistema de producción y tratan de hallarle
solución a los problemas congénitos del mercado desde la perspectiva de lo que
enseña Carlos Marx.
Pero con “El
Capital”, el padre del materialismo dialéctico e histórico también advierte y
denuncia lo que le está sucediendo a la naturaleza – que hoy llamamos “medio
ambiente” –, adecuando su análisis a las leyes objetivas de la
economía.
A la
denominada “armonía selectiva” que esbozó Adam Smith para
convencer acerca de que los mecanismos del mercado libre venían a ser una
panacea de virtudes para la sociedad burguesa en plena emergencia, y de que la
batalla que se entablaba entre los productores en dicho mercado sólo tenía como
meta la selección de los mejores y más competentes en aras del desarrollo pleno
de la sociedad, al margen de aquellos otros que perecieran en dicha batalla,
Carlos Marx opuso su brillante tesis acerca de lo que llamó “ley de la
destructibilidad acumulativa”.
Desde la
atalaya de la teoría económica, esa ley objetiva se refiere, a que el mercado
libre no es tal panacea armónica y selectiva a la cual alude su contrincante
Adam Smith, sino todo lo contrario.
Explica
entonces que – en el afán de obtener ganancias cada vez mayores – los
productores capitalistas incrementan los volúmenes de producción de mercancías
por vía intensiva, o sea, a través del aumento de la productividad del trabajo,
en especial aplicando los avances tecnológicos que representan la introducción
de maquinarias en esos procesos de producción.
El mercado
aparece como la primera línea de combate en dicha batalla, pero tiene una
retaguardia imprescindible, ubicada donde el trabajador produce las mercancías;
más, con cada paso de avance en dicha batalla por realizar la mercancía
producida y obtener la ganancia de la plusvalía, el mercado – al parecer –
florece, mientras que su retaguardia se desgasta y se va destruyendo el
productor natural, que es el hombre trabajador, y la naturaleza, que es la
fuente donde se obtienen las materias primas.
Con la
naturaleza acaece algo diametralmente opuesto: No todo deterioro o destrucción
de aquella puede enmendarse; existen recursos naturales que jamás podrán
recuperarse ni sustituirse por otros análogos o diferentes, y el medio ambiente
deteriorado o destruido difícilmente podrá ser restaurado a su forma originaria.
Conforme a
la “ley de la destructibilidad acumulativa”, dichas bajas en la fuerza de
trabajo y en la naturaleza se irán incrementando cada vez más, con el incremento
de la producción para aumentar las ganancias del capitalista.
Se acumula
dicha destrucción, como mismo se acumula el capital, así es de
simple.
A Carlos
Marx le tocó vivir una época en que los descubrimientos científicos tardaban
años y hasta décadas en ser aplicados a los procesos productivos; recién
comenzaban dichas aplicaciones tecnológicas a producir las emanaciones de gases
contaminantes que después agujerearon la capa de ozono del planeta; todavía
nuestros océanos estaban bastante limpios de materiales sucios de los que hoy se
vierten en ellos y arrasan con la existencia de los seres vivos que los habitan;
aún las potencias imperialistas no habían provocado guerras mundiales por el
reparto de las fuentes terrenales de materias primas y de los mercados, con
millones y más millones de víctimas inocentes por cada víctima culpable o
responsable del evento.
Carlos Marx
– desde la perspectiva de una teoría económica – quizá estaba previendo que, a
la destrucción cada vez mayor de los recursos naturales a través de su consumo y
conversión en productos para luego realizarse como mercancías, se iría añadiendo
a escala geométrica otro tipo de destrucción del medio ambiente derivada de la
primera. Las tecnologías empleadas en el proceso productivo industrial se
convertirían en fuentes altamente contaminantes y – además – se producirían en
el futuro, que es hoy para el género humano, bienes de uso, consumo y
explotación que también resultan generadores de la destrucción irracional de la
naturaleza.
En ese
sentido, el profeta Marx no podía alcanzar a describir que menos de un siglo
después de su muerte, en una ciudad postmoderna – en la que su sol mañanero es tapado por una densa capa de smock – un
capitalista neoliberal iba a acicalarse con un desodorante tipo spray y luego
saldría en su limosina de gasolina hacia su fábrica de productos químicos, cuyas
torres despedían a esa hora, hacia la ya cargada atmósfera citadina varias
densas columnas de más humo. Más, en esencia estaba advirtiendo
eso.
Si viviera
hoy, el genio de Baviera quizás hubiera dicho: “El desastre con el hombre y la
naturaleza es mucho mayor de lo que pensé; debemos seguir denunciando sus
causas”.
Octubre del
2012.
Por: Esp. Jesús
Ramón García Ruiz.
TPP
Matanzas
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