Unión de Juristas de Cuba

La Unión Nacional de Juristas de Cuba (UNJC), es una organización de profesionales del Derecho, con status no gubernamental y personalidad jurídica propia, constituida el 8 de junio de 1977, al amparo del artículo 7 de la Constitución de la República, sin ánimo de lucro, autofinanciada, y con un perfil científico-profesional. En la UNJC se agrupan actualmente catorce mil juristas cubanos asociados voluntariamente, los que se desempeñan como profesores universitarios, investigadores, abogados, jueces, fiscales, notarios, consultores, asesores y otros.


jueves, 8 de noviembre de 2012

MARX, EL CAPITAL Y LA NATURALEZA

Resulta interesante conocer cuánto aportó Carlos Marx a la toma de conciencia sobre los futuros problemas en que se vería envuelto el medio ambiente, tal y como lo analizamos hoy. Es una arista del filósofo alemán que no ha sido muy divulgada.

Su obra cumbre “El Capital” tuvo como objetivo – en principio – poner al desnudo los equívocos de Adam Smith acerca del mercado como mecanismo que movía la sociedad; y luego se convierte en un imprescindible monumento teórico para conocer las interioridades del sistema de producción capitalista, al extremo de que en las principales universidades burguesas de la actualidad se toma dicha obra como manual que explica la esencia de ese sistema de producción y tratan de hallarle solución a los problemas congénitos del mercado desde la perspectiva de lo que enseña Carlos Marx.

Pero con “El Capital”, el padre del materialismo dialéctico e histórico también advierte y denuncia lo que le está sucediendo a la naturaleza – que hoy llamamos “medio ambiente” –, adecuando su análisis a las leyes objetivas de la economía.

A la denominada “armonía selectiva” que esbozó Adam Smith para convencer acerca de que los mecanismos del mercado libre venían a ser una panacea de virtudes para la sociedad burguesa en plena emergencia, y de que la batalla que se entablaba entre los productores en dicho mercado sólo tenía como meta la selección de los mejores y más competentes en aras del desarrollo pleno de la sociedad, al margen de aquellos otros que perecieran en dicha batalla, Carlos Marx opuso su brillante tesis acerca de lo que llamó “ley de la destructibilidad acumulativa”.

Desde la atalaya de la teoría económica, esa ley objetiva se refiere, a que el mercado libre no es tal panacea armónica y selectiva a la cual alude su contrincante Adam Smith, sino todo lo contrario.

Explica entonces que – en el afán de obtener ganancias cada vez mayores – los productores capitalistas incrementan los volúmenes de producción de mercancías por vía intensiva, o sea, a través del aumento de la productividad del trabajo, en especial aplicando los avances tecnológicos que representan la introducción de maquinarias en esos procesos de producción.

El mercado aparece como la primera línea de combate en dicha batalla, pero tiene una retaguardia imprescindible, ubicada donde el trabajador produce las mercancías; más, con cada paso de avance en dicha batalla por realizar la mercancía producida y obtener la ganancia de la plusvalía, el mercado – al parecer – florece, mientras que su retaguardia se desgasta y se va destruyendo el productor natural, que es el hombre trabajador, y la naturaleza, que es la fuente donde se obtienen las materias primas.

Son dos bajas diferentes desde el punto de vista de su reposición. El trabajador perdido puede ser repuesto con otro trabajador disponible en el mercado de fuerza de trabajo, o incluso, puede prescindirse del mismo si se logra incrementar la productividad de los que no han causado baja hasta ese momento.

Con la naturaleza acaece algo diametralmente opuesto: No todo deterioro o destrucción de aquella puede enmendarse; existen recursos naturales que jamás podrán recuperarse ni sustituirse por otros análogos o diferentes, y el medio ambiente deteriorado o destruido difícilmente podrá ser restaurado a su forma originaria.

Conforme a la “ley de la destructibilidad acumulativa”, dichas bajas en la fuerza de trabajo y en la naturaleza se irán incrementando cada vez más, con el incremento de la producción para aumentar las ganancias del capitalista.

Se acumula dicha destrucción, como mismo se acumula el capital, así es de simple.

A Carlos Marx le tocó vivir una época en que los descubrimientos científicos tardaban años y hasta décadas en ser aplicados a los procesos productivos; recién comenzaban dichas aplicaciones tecnológicas a producir las emanaciones de gases contaminantes que después agujerearon la capa de ozono del planeta; todavía nuestros océanos estaban bastante limpios de materiales sucios de los que hoy se vierten en ellos y arrasan con la existencia de los seres vivos que los habitan; aún las potencias imperialistas no habían provocado guerras mundiales por el reparto de las fuentes terrenales de materias primas y de los mercados, con millones y más millones de víctimas inocentes por cada víctima culpable o responsable del evento.

Carlos Marx – desde la perspectiva de una teoría económica – quizá estaba previendo que, a la destrucción cada vez mayor de los recursos naturales a través de su consumo y conversión en productos para luego realizarse como mercancías, se iría añadiendo a escala geométrica otro tipo de destrucción del medio ambiente derivada de la primera. Las tecnologías empleadas en el proceso productivo industrial se convertirían en fuentes altamente contaminantes y – además – se producirían en el futuro, que es hoy para el género humano, bienes de uso, consumo y explotación que también resultan generadores de la destrucción irracional de la naturaleza.

En ese sentido, el profeta Marx no podía alcanzar a describir que menos de un siglo después de su muerte, en una ciudad postmoderna – en la que su sol  mañanero  es tapado por una densa capa de smock – un capitalista neoliberal iba a acicalarse con un desodorante tipo spray y luego saldría en su limosina de gasolina hacia su fábrica de productos químicos, cuyas torres despedían a esa hora, hacia la ya cargada atmósfera citadina varias densas columnas de más humo. Más, en esencia estaba advirtiendo eso.

Si viviera hoy, el genio de Baviera quizás hubiera dicho: “El desastre con el hombre y la naturaleza es mucho mayor de lo que pensé; debemos seguir denunciando sus causas”.


Octubre del 2012.


Por: Esp. Jesús Ramón García Ruiz.

TPP Matanzas

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