Por Edmundo García
La noche se mueve, Miami
La noche se mueve, Miami
A mi regreso este martes de un viaje a La Habana, como es costumbre,
me puse a revisar la prensa que tenía acumulada para ponerme al día. Fue
así que encontré un artículo del periodista Jay Weaver aparecido este
mismo martes 15 de mayo, tanto en The Miami Herald como en El Nuevo
Herald, titulado en este último “Jueza anula condena de cadena
perpetua”.
Dicho artículo trata sobre uno de los tantos hechos delictivos
vinculados al tráfico de drogas, particularmente de cocaína, que hizo
ola en Miami en décadas pasadas; pero me permitirá hacer una analogía o
comparación que creo importante y reveladora de los desiguales
estándares con que puede impartirse la justicia en los Estados Unidos y
mucho más en una ciudad como Miami.
En el mencionado artículo Jay Weaver cuenta la historia de Yuby
Ramírez, una ciudadana colombiana de 41 años condenada a cadena perpetua
en el 2001 por el delito de “conspiración para cometer asesinato”. El
objetivo de esta conspiración era eliminar a un testigo del gobierno que
iba a declarar contra los narcotraficantes Willie Falcón y Sal Magluta,
connotados narcotraficantes de la llamada era de los “cocaine cowboys”,
condenados a largas condenas por ese delito.
Todo parecía indicar que Yuby Ramírez iba a estar encerrada el resto
de sus días, pero una jueza federal admitió que había sido mal asesorada
por sus antiguos abogados y, acompañándose de nuevos defensores, logró
hacer un trato judicial que le bajó la condena a 10 años; saliendo
inmediatamente en libertad, pues al estar presa desde el 2001 el tiempo
pasado en prisión le cubría la nueva sentencia. A Yuby Ramírez no solo
se le probó el cargo de “conspiración para cometer asesinato”, sino que
además ella misma acabó confesando su culpabilidad.
Les decía que esta historia me iba a permitir manejar una
comparación, porque precisamente ese cargo de “conspirar para cometer
asesinato” que se le imputó a la ciudadana colombiana Yuby Ramírez, y
del que acaba de salir en libertad, es el mismo que se le imputa al
luchador antiterrorista Gerardo Hernández Nordelo, y por el que se le
condenó no a una, sino a dos cadenas perpetuas, más quince años. Solo
que a Gerardo no se le pudo probar en corte y mucho menos reconoció o
confesó haber tenido algo que ver con el intento de actuar contra la
vida de alguna persona.
El cargo de “conspirar para cometer asesinato” era tan insostenible
en el caso de Gerardo Hernández Nordelo que la misma fiscalía, o sea el
gobierno de los Estados Unidos, quiso desestimarlo porque temía que
junto a él se le cayera el caso completo. Como se supo después por
documentos desclasificados, el FBI monitoreaba a Gerardo Hernández desde
años antes de su detención y precisamente por eso el gobierno
norteamericano sabía perfectamente que Gerardo era inocente del cargo de
conspirar para derribar las avionetas de Hermanos al Rescate. Sabían lo
que hacía Gerardo, escuchaban lo que hablaba Gerardo, así que nadie
mejor que ellos mismos para saber que el cargo de “conspiración para
asesinar” era improcedente en su contra. ¿Cómo fue que de todas formas
esa acusación persistió contra Gerardo? ¿Cómo fue que la jueza la
mantuvo aún pidiendo la fiscalía su eliminación para no quedarse con
nada? Es algo que todavía nadie puede explicar.
Se suele afirmar que en el sistema judicial norteamericano los jueces
pueden impartir justicia según criterio y autoridad propia. Aunque la
historia está llena de ejemplos que demuestran lo contrario, cualquiera
pude pensar que juezas distintas pudieron llegar también a distintas
conclusiones; pero: ¿Cómo se llama la jueza que condenó a Gerardo
Hernández Nordelo a dos cadenas perpetuas y quince años por
supuestamente “conspirar para cometer asesinato”, sin que se hubiera
probado en corte o él lo hubiera confesado? Pues esa jueza se llama Joan
Lenard. ¿Y quién es la jueza que acaba de anular la cadena perpetua a
Yuby Ramírez por el delito probado, declarado y confeso de “conspirar
para cometer asesinato”? Pues es la jueza Joan Lenard. Es decir, la
misma jueza federal en ambos casos, anula la sentencia por un lado y la
multiplica por el otro.
No hacía falta otra evidencia para concluir lo que todo el mundo
sabe: que el juicio en Miami contra los Cinco luchadores antiterroristas
cubanos fue un juicio político, parcializado por la influencia de los
grupos de la derecha cubanoamericana y la presión de una prensa rendida a
sus intereses. Aquí está otra prueba de los diferentes estándares con
que se aplica la justicia en los Estados Unidos y, a la vez, un
antecedente para que la misma jueza Joan Lenard reconsidere las injustas
condenas dictadas contra nuestros Cinco Héroes.
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